Enseñanzas del terremoto del 19 septiembre (1985-2017)
- Javier Cuellar Duran
- 18 sept 2018
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 24 sept 2018
Ni el más atrevido vidente
lo habría anticipado:
Que caprichosa, tétrica y puntual,
reviviría su febril teatro,
justo 32 años después,
en la nostalgia de un triste simulacro.
Regresó sin consideración ni advertencia,
más que el crujir de las ventanas
y una lluvia de escombros en las casas.
Regresó por los ochenteros que huyeron de la muerte
y vivieron despertando
entre el llanto de ese último septiembre.
Regresó y nuestros hijos tuvieron que pagar,
apenas niños inocentes,
las grietas que no quisimos derrumbar.
Regresó porque no sabe y no quiso olvidar,
los edificios de papel,
pactados en total obscuridad.
Regresó por si más de diez mil muertos oficiales
no bastaron.
Por si necesitamos tres décadas más.
Regresó por los ingenuos que pensaron
que no volvería a pasar:
Pero pasó…
Y esta vez la alerta sísmica de nada sirvió.
Esa, que no está en todos lados
aunque en todos lados tiemble.
Esa, que ignora a los ciudadanos de tercera,
olvidados que no salen en la tele,
caídos que nadie viene a levantar.
Los últimos a los que preguntan,
si es que les preguntan: ¿cómo están?
Si siguen vivos, si comerán mañana…
Y es que, en mi país,
solo la ciudad
tiene el derecho a temblar…
Pero esta vez,
la tierra azotó sin privilegios de clase
Ni treguas de efeméride.
Y que si necesitábamos un día
para descansar del dolor,
ese era hoy;
pero pasó.
II.
Pocos minutos después del sismo,
descubrimos que no, que nuestra época
no nos condena al egoísmo,
ni nuestra generación a la indiferencia.
Que no, que los jóvenes estamos aquí,
con el puño en alto como dice Villoro,
y gritando “Presente” a quienes, como Krauze,
cuestionaban unos días antes: "¿Dónde están?"
La sociedad mexicana habló al mundo con acciones,
y no con la retórica vacía de los partidos:
el niño y el anciano, un joven y una señora,
se convirtieron en bomberos, rescatistas, ingenieros,
cargadores, policías de tránsito y directores de obra;
repartieron medicinas, alimentos y esperanza.
Mientras agradecían, "aunque sea con un vasito de agua",
a quienes con palas, picos y cascos:
arriesgaban su vida por la de desconocidos.
Y así, entre las lágrimas por las vidas que se iban,
los más jóvenes descubrimos una parte de nosotros:
un ser que habita en la memoria colectiva,
al filo del cañón, presto a salir, como tantas veces,
a rasgarse las manos:
el Espíritu de Tlatelolco de Volpi;
La tradición de la resistencia de Monsiváis,
el augurio de Poniatowska hecho verdad:
de que Nada, nadie, sería igual tras aquel 85.
Por eso, yo, francamente golpeado,
y desde esta falsa lejanía de estar al otro lado del Atlántico,
por si las dudas te escribo:
Para reivindicar la nobleza de tu pueblo,
y por la urgencia de asir la luz envuelta en los escombros,
para nunca más sembrarle a los que vienen,
otro lúgubre cementerio de septiembre.
Javier Cuéllar Durán
Madrid, septiembre 2017/
Ciudad de México, septiembre 2018.

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