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POR CÓMPLICE: CULPABLE. #VivasNosQueremos

  • Foto del escritor: Javier Cuellar Duran
    Javier Cuellar Duran
  • 23 sept 2018
  • 3 Min. de lectura

Vivimos una época en que los absurdos morbosos son cotidianos, difundidos, más aún:mercancías en potencia. ¿Por qué alguien pensó que ultrajar la intimidad de una mujer en la vía publica sería motivo de gracia? ¿En qué situación nos encontramos para que un fulano “cantante” venda feminicidios como “música”? No me sorprende que existan seres afanosos de tales calamidades. Pero sus nombres son intrascendentes; personificar el problema es un absurdo. Éste es más grade que eso y en él nos movemos todos. Así que descargar un moralismo sobre ellos y así alimentar una “sana conciencia” es auto engañarnos: en este barco navega un nosotros.


Hoy, un #VivasNosQueremos marchó por varias ciudades del país.  Algunos medios resumieron las causas a los feminicidios. Empero, sobran las razones. Rousseau escribió que el hombre nace libre y que, sin embargo, se encuentra por todos lados encadenado. Pues bien, la asfixia que padece la mujer se ubica muy por encima de esa opresión general que sufre la humanidad: ellas están verdaderamente acorraladas, no sólo en la esfera que compete al inconsciente social sino, y principalmente, en lo real, tangible, cotidiano. Sus cadenas vienen por muchos frentes; su opresión es histórica, polifacética y compleja: los feminicidios son tan sólo un síntoma. Su dignidad es lapidada permanentemente; mueren a diario; no tienen más refugio que el oasis de libertad que les da su lucha. Bien lo decía Carlos Fuentes: "No existe la libertad, sino la búsqueda de la libertad, y esa búsqueda es la que nos hace libres” (París: la Revolución de Mayo).


Así, mientras ellas inundan de hartazgo las calles, los medios de comunicación las venden como objetos; los hombres, las ultrajan con grotescas miradas invasivas, con toqueteos discretos, con lenguajes y burlas sexistas, con vulgares "piropos". Todo ello, no obstante, es un mero producto, una consecuencia: el de pensar socialmente a la mujer hacia abajo, como si en su sexo se resumiera su existencia.



Así que levante la mano quien esté libre de culpa. El que no haya fomentado, en algún momento y en alguna medida, esta concepción atroz que se respira y se reproduce a diario, que las minimiza, y las reduce a ser tan sólo la costilla de Adán. Sí, ha entendido bien el reclamo a la institución católica; el problema va más allá de los hombres: ¿Cuántas religiones no ven a la mujer, de una u otra forma, como inferior? ¿Cuántas madres no han considerado a su hijo varón como aquel que tiene más valor? ¿Cuantas veces nuestro diseño cultural ha orillado a algunas mujeres a ser sus propias verdugos?


He for she es ya una afamada campaña que pugna por la participación del hombre en la búsqueda de la equidad de género. Pero la situación va más allá: nuestras instituciones, costumbres y creencias cargan venenos que seguimos esparciendo sobre una herida que, cotidianamente, volvemos a abrir. Necesario es mirar por encima de los ejecutores contingentes y observar los vicios de los que somos herederos, aquellos que reproducimos, que vendemos y consumimos. Sí, es necesario tomar el microscopio y colocarlo sobre cada uno de nosotros; pero también, atrevámonos a ver todo aquello que es parte de nuestra sociedad y que ya hemos aceptado. Es necesario, atacar los motivos que se anidan en lo profundo de nuestra conciencia, de nuestra historia, de nuestra cultura.


Unamos los putos de la historia: modelos económicos, creencias, formas de organización social, y levantemos la sentencia: La mujer ha estado en la morgue, de ella solo conocemos sus estigmas y el rol que le hemos impuesto: la magnitud del problema escapa a la concepción de nuestros ojos, de los vergonzosos síntomas que las vejan en pleno Siglo XXI.




Mientras tanto, lo mínimo que podemos hacer es reconocer nuestro papel inmediato ante el problema del que somos histórica y estructuralmente participes. Quizá, ninguno de nosotros, ya sea consciente o inconscientemente, sea inocente. La primera prueba de nuestra culpabilidad será acaso la indiferencia al feroz ataque que padece su lucha: En la sala de este juzgado todos los testigos somos culpables.  Al aceptar la mordaza de su boca; al comprar y difundir los estereotipos de “el fuerte” y “la débil”, de “La bella y la bestia”; al buscarlas luna, un satélite que gire alrededor del hombre. Al quedarnos callados ante la infamia de tachar de moda sus exigencias.


Tomen las calles y griten: No será en vano. Cada vez más sus voces nos incendian de su anhelo de justicia; sigan así, por el bien de todos, parafraseando a Fuentes, acariciando su libertad en su pugna por buscarla.


Publicado en 2016 el 25 de abril de 2016 en "El Aleph Políticas".



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